La marcha irlandesa por la Quinta Avenida de Nueva York

Por Veronica Lawlor, en Nueva York

Ayer estaba en casa, en el día de San Patricio, y recibí un mensaje de feliz cumpleaños de un amigo y fabuloso artista, SiYeon Lee. Me dijo que ella y otras amigas iban a dibujar "mi" desfile, el del Día de Patty, y que se habían inspirado en mi trabajo de reportaje, actualmente expuesto en el Artistas para la galería de arte en Scranton. Yo pensé, ¿por qué no me inspira mi trabajo? Y decidí salir a dibujar un poco el desfile yo mismo.

Nada más bajar del tren en la Quinta Avenida, el sonido de los gaiteros me golpeó como una ola verde. ¡Qué sonido tan familiar! Al doblar la esquina, vi una cacofonía (¿puedes VER una cacofonía?) de rostros irlandeses y ojos azules marchando. Me encanta el ambiente ecléctico que se respira, y es muy divertido, pero para mí el desfile del Día de San Patricio siempre tiene que ver con esas caras...

Sonreír, guiñar el ojo, reírse y sentirse orgulloso: todas esas caras me resultan tan familiares. Al fin y al cabo, soy descendiente de tres cuartos de irlandeses. Reconocí la emoción, el brillo en los ojos sin importar nada, el sentido del humor contra todo pronóstico, un rasgo irlandés tan singular. Fue divertido dibujar a estos tipos y ver la bandera americana convertida en irlandesa durante unas horas en la Quinta Avenida de Nueva York. 

Este desfile se parece mucho a una fiesta familiar: hay tanta gente desfilando por la Quinta Avenida como gente viéndola pasar. No es raro que los espectadores y los participantes en el desfile se conozcan entre sí, y a veces parece una pequeña comunidad en medio de una gran metrópolis. No hay mucho espectáculo en forma de carrozas o brillos, sólo un montón de neoyorquinos irlandeses diciendo: ¡eh, estamos aquí y estamos orgullosos de estarlo! ¿Y por qué no? Al fin y al cabo, los inmigrantes irlandeses construyeron la mitad de esta ciudad.

Me encantan los bailarines irlandeses, las jóvenes con sus vestidos celtas almidonados y sus colas de caballo almidonadas. Y las gaitas siguen llegando. No se puede ni empezar a contarlas, cada vez son más, así que renuncio a intentar identificarlas individualmente y me limito a dibujar un montón de gaitas moviéndose por la calle como una unidad. Un clan, por así decirlo.

Me dirijo hacia la Catedral de San Patricio, ya que parece que es el telón de fondo y el corazón de todo el desfile. La multitud empieza a diluirse un poco y, al hacerlo, las manadas de jóvenes borrachos empiezan a destacar. Y también estoy oliendo algo verde que no es la hierba de la Isla Esmeralda. Es hora de volver a casa. Pero cuando estoy a punto de doblar la esquina para bajar al metro, lo veo: ¡un duende de verdad! No puedo dejar de dibujar a este hombre, tan correcto y tan lleno de alegría. Parece parpadear con un poco de magia irlandesa.

¡Feliz día de San Patricio a todos!