El sábado pasé por el aparcamiento de la estación de Waverley y contemplé una grandiosa vista sobre mí, hasta el cielo en lo alto del edificio del viejo Scotsman. Prometí volver y lo conseguí en una semana: es un lugar tranquilo y abierto -poco frecuentado- en medio de la ciudad. De vez en cuando, un grupo de palomas salía aplaudiendo de un andén cercano cuando llegaban pasajeros interurbanos preparándose para viajar a York, Inverness o Londres. Un niño empieza a llorar en algún lugar por encima y fuera de la vista y un solitario globo rojo se eleva en la distancia.